La noche estaba caliente, pero no tanto como yo. El vestido negro que elegí se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel. Las tiras finas, el escote que insinuaba, el corte ceñido que hacía que cada paso mío fuera un gemido contenido. Combiné con mis tacones favoritos: rojos, altísimos. Mis uñas, del mismo tono que mi deseo. ¿Casualidad? No. Amanda nunca deja nada al azar.
Entré al restaurante y sus ojos se encendieron al verme. Daniel. Mi amante. Mi adicto. El hombre que no podía ocultar cómo miraba mis pies, como si cada uno de ellos fuera un altar al que debía arrodillarse.
Me senté frente a él, crucé las piernas con lentitud y sonreí. ¿Te gustan mis zapatos nuevos? No necesitaba que respondiera. Su respiración se le trabó en la garganta.
Deslicé la pierna por debajo de la mesa, dejando que el tacón acariciara su pantorrilla, subiendo despacio por su muslo. Luego, me quité el zapato en silencio y dejé mi pie desnudo juguetear entre sus piernas. Lo froté. Lo presioné con mis deditos. Sentí cómo crecía su erección. Sonreí.
No tienes idea de lo que quiero que hagas con mi boca… y con mi pie. Le susurré, sosteniendo la copa de vino con elegancia, como si no estuviera a punto de hacer que se corriera solo con el roce de mis pies. ¿Sabes qué es lo más delicioso? Que mientras te froto así, todos aquí piensan que somos solo una pareja normal, cenando tranquilamente.
Lo tenía al borde. Lo sentía. Cada roce, cada presión con mi pie lo enloquecía más. Crucé las piernas de nuevo, presionando justo donde más lo necesitaba.
Quiero verte abajo, amor. Lamiendo cada uno de mis deditos como si fueran lo último que vas a probar en esta vida. ¿Vas a resistirte? Sabíamos que no.
Minutos después, en el estacionamiento, lo llevé al coche de la mano. Abrí la puerta trasera y me dejé caer en el asiento con una sonrisa cargada de pecado. Me quité los tacones lentamente, dejándolos caer al suelo como una promesa. Levanté los pies y los puse en su regazo.
Saborea, susurré.
Su lengua tocó la planta de mi pie como si fuese un manjar. Lenta. Húmeda. Devota. Pasó entre mis dedos, los chupó con hambre. Yo gemí, arqueando la espalda. Cada lamida me hacía temblar.
Más… Chúpame… Así… ¿Te gusta el sabor de mi piel, ¿verdad? Mi piecito te pone duro con solo rozarte… qué rico estás así.
Me adoraba. Lamiendo cada rincón. Pasando la lengua por mi tobillo. Succionando mis deditos como si estuviera en trance. El placer me consumía, se acumulaba en mi vientre, y estalló con un gemido ahogado. Me corrí ahí mismo, solo con su boca en mis pies, con sus labios devorándome como si fuera su droga.
Lo agarré del cabello, lo atraje hacia mí y lo besé con locura. Su boca tenía mi sabor. Mi poder. Mi victoria.
Y entre jadeos, le susurré al oído, con voz ronca, sucia, mía:
Esto fue solo el comienzo, amor… Los pies de Amanda todavía van a volverte loco muchas, muchas veces.