El mejor en el universo del sexo!

Entre Revoleos y Gemidos en el LAP – cuento

La luz roja teñía todo de un aire sucio, perfecto. Él estaba ahí, sentado en la silla, atado, los brazos atrás. Camisa abierta, respiración entrecortada, mirada hambrienta. Yo estaba con tanga, tacones altos, y una sonrisa. Sabía que ya estaba bien duro. Solo por verme. Solo por pensar en lo que venía.

Me acerqué despacio, moviendo la cadera con ganas. Mi cabello rojo caía sobre mi rostro, y mi mirada atrapada en la suya. Me senté lentamente sobre él, sin encajar del todo. Solo el calor. Solo la tortura.

¿Quieres tocarme, ¿verdad?  murmuré cerca de su oído, casi rozándolo. Pero hoy… yo mando.

Empecé a frotar con suavidad, moviendo la cadera muy despacio. Apenas roces, solo provocación. Él soltó un gemido bajo. Sonreí.

Ah, amor… esto es solo el principio.

Bajé más, sentando mi culo justo sobre su erección, y comencé a restregarme con fuerza. Frotaba y arrastraba, luego me detenía un segundo, para luego volver a moverse, siempre jugando con el ritmo. Él trataba de controlarse, pero cada movimiento mío hacía que se descontrolara más. Lo veía ahí, atado, completamente rendido, buscando más.

Me di vuelta, sentada de espaldas a él, y volví a mover la cadera con ritmo, firme, caliente. Subía, bajaba, me sentaba con fuerza. Cada vez que me frotaba sobre él, sentía cómo la tensión se acumulaba en su cuerpo. Estaba sudando, casi deseando que lo liberara.

Decime, amor… ¿hasta dónde aguantas?

Nada. Solo gemidos. Mordía sus labios, el cuello tenso, los ojos cerrados.

Moví mi cadera más rápido, apretándolo fuerte, arriba de él. Me arrastraba sobre su cuerpo con todo el deseo que sentía. Yo ya estaba bien mojada, sintiendo cada milímetro de él bajo mi cuerpo. El calor, el placer, era tan intenso que apenas podía contener los gemidos.

Y entonces… su cuerpo se tensó.

Ah, mi amor… ¿vas a acabar solo con mi movimiento?

Él gimió. Fuerte. Largo. Todo su cuerpo tembló, y comenzó a acabar sin poder parar. Era tanto que manchó mi tanga y mi cuerpo, cada vez más. Cada segundo sentía que no podría dejar de acabar, de vaciarse en mí. Yo no podía parar. Me sentía tan poderosa viendo cómo perdía el control, cómo su placer estallaba sin que siquiera lo tocara.

Lo sentí completamente rendido, su cuerpo ya no podía aguantar más. El gozo seguía, caliente, imparable, mientras yo seguía encima, moviéndome con una mezcla de deseo y control absoluto.

Me acerqué a su rostro, aún sobre él, sintiendo su miembro pulsar bajo mí, empapado por todo su deseo y gozo.

Ahora sos todo mío, ¿entendiste?

Lo besé con fuerza, saboreando su victoria, su placer, mi dominio.

Porque apenas estaba comenzando.

Artículos Relacionados

Los Gemidos No Mienten – cuento

Sexo, sudor y gemidos que no mienten. Ella lo domina sin esfuerzo, y él se rinde entre sus piernas, perdido en el aroma del deseo.